Auschwitz: última parada by Eddy de Wind

Auschwitz: última parada by Eddy de Wind

autor:Eddy de Wind [Wind, Eddy de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1945-12-31T16:00:00+00:00


* * *

Ahora que se habían ido tantos enfermeros, Hans tenía mucho trabajo. Trajinaba desde el gong de la mañana hasta la noche, hasta el gong de irse a dormir. Por la mañana temprano, nada más levantarse, estaba la brigada del caldero: ir a por el té, repartirlo, lavar los platos y hacer la cama. Entre tanto, el encargado de la sala ya había empezado a fregar, porque a las ocho, como muy tarde, todo debía estar limpio. Era entonces cuando llegaba el SDG para controlar.

Después, había que hacer todo tipo de pequeños trabajos para el Block. Un día, el pasillo debía tener una revisión general y durante toda la mañana se chapoteaba con cubos de agua, cepillos y bayetas; al otro día, había que ayudar al Scheissmeister si tenían que restregar su cuarto de baño. Ahora, tocaba descargar el carbón, luego despiojar la sala de arriba cuando volvían a encontrarse piojos una vez más. Era un trabajo duro, porque en todo el Block, con sus cuatrocientos enfermos, solo había treinta enfermeros y, de ellos, la mitad eran «prominentes»: polacos, alemanes del Reich y números bajos que no tenían otra preocupación que «organizar» tanta comida como les fuera posible. A lo sumo, quedaban diez para el trabajo duro. Luego, llegaba el potaje del mediodía, con una repetición de los rituales de por la mañana.

Un día, después del potaje, se presentó un mensajero del Block 21: brigada de peones camineros. Salieron treinta hombres, esta vez sin carromato, y fueron al antiguo crematorio que estaba a doscientos metros del campo. Ya no estaba en uso. Desde que todas las aniquilaciones se organizaban en Birkenau y en Auschwitz solo había una mortalidad «normal», los pocos cadáveres iban por la noche en las carretas fúnebres a los hornos de Birkenau.

En una de las salas del crematorio había enormes pilas de latas de estaño; urnas de los polacos que habían sido incinerados allí. Al contrario que los judíos, a los «arios» se los incineraba individualmente. Sobre el cadáver se colocaba un número de piedra y las cenizas iban a una urna de hojalata. La familia recibía entonces la noticia de la muerte y podía reclamar la urna, pero con el curso de los años se habían quedado allí cuarenta mil urnas que ahora debían llevarse a otra sala.

Los hombres formaban una larga cadena que atravesaba los sótanos donde estaban los tres grandes hornos, y se lanzaban entre sí las urnas como si fueran quesos o panes. Nunca antes habían pasado por las manos de Hans tantos muertos como en ese par de horas. Las latas estaban oxidadas y, cuando una se caía al suelo, se rompía, pero no importaba: uno de los muchachos tenía una escoba y barría toda la ceniza juntándola en un montón. ¿Quién iba a reclamarla?

Regresaron al Block más o menos a la hora del recuento, que duró solo unos cuantos minutos. A alinearse, llegaba el SDG, el Blockälteste informaba: «Block 9 con 31 enfermeros formados para el recuento, ningún enfermo». Luego, el SDG hacía una seña y podían romper filas.



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